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Antonio Pérez Carmona

El Rincón del Formador: Sobrevivir con un jefe que no delega

Antonio Pérez Carmona.

Autor: Antonio Pérez Carmona

¿Cómo sobrevivir con un jefe que no delega? El primer consejo sería no comerse el coco. Aprender a convivir con el problema o, al menos, a coexistir sin angustias vitales. Cada jefe tiene sus virtudes y sus defectos, y uno de los inconvenientes de nuestro jefe es su tendencia a decirlo todo. Aceptarlos y desdramatizar. Hay una distancia casi infinita entre ser un metomentodo que no confía en la habilidad de sus subordinados y practicar el acoso laboral, o ser un energúmeno que trata sin respeto a quienes tiene debajo.

Tenemos tendencia a pensar que nuestra empresa está mucho peor organizada que tal o cual competidor, que nuestro jefe es más malo que el del departamento de al lado. En todas partes cuecen habas. Quizá en otra compañía parece haber más orden porque se abusa del palo y nunca se recurre a la zanahoria: la gente actúa por miedo. Es posible que el responsable de tal otra división delegue más pero trabaje poco, o sea un despistado de campeonato que continuamente deja tirada a su gente. Aunque se comporte así por vagancia y desinterés y no por mala voluntad, al subordinado que lo padece también le sienta a cuento quemado.

O sea, si nuestro jefe no puede, no sabe o no quiere delegar, hacerse con realismo a la idea de hay lo que hay, y que uno poco puede contribuir a cambiarlo. Si uno se esfuerza, incluso será capaz de ver el lado positivo de la situación: cuando el jefe se entromete en minucias, también asume la responsabilidad si luego sale mal.

Si, además de detallista, el jefe es olvidadizo, o imprevisible, puede ser válida una recomendación en plan defensivo: Tomar nota de sus órdenes e indicaciones, las que nos hace a nosotros solos o a varios en una reunión. Alguna vez se podrá enviar un email con lo acordado, tipo: “Lo que yo he entendido es… Tal como quedamos el día x… Por si os sirve como recordatorio, esto es lo que habló…”. Es una manera de que quede claro qué es lo que creemos que nos dijo que hiciéramos. Si resulta que fuimos nosotros los que no nos enteramos, nos corrige antes de que nos lancemos a la batalla. Si le entendimos bien y él fue impulsivo o se explicó mal, le da ocasión de reconsiderarlo.

Pero cuidado con dar la brasa. Que no dé la sensación de que le estamos fiscalizando, o que tomamos al pie de la letra lo que dice sin tener en cuenta el gesto o el contexto. Lo que pretendemos es eficacia, evitar o superar malentendidos, generar confianza.
Si no somos quisquillosos con su uso, un efecto secundario de tomar notas, aunque luego no se envíen a nadie más, es que nos otorgan un pequeños plus de seriedad y credibilidad.

En general, poco podemos hacer para que nuestro jefe metomentodo cambie, pero sí cabe realizar una cierta tarea pedagógica. No consultarle problemas más que cuando sea imprescindible, cuando no sepamos como resolverlos. Como mucho, proponerle varias alternativas al problema, para que él elija. Y eso, pocas veces: también a uno le pagan para arriesgar.

El último aviso: ojo con verter comentarios críticos –distintos a un lógico desahogo- sobre las manías detallistas del jefe. Todo lo que se dice en privado antes o después acaba siendo público. Y ese silencio nos da autoridad moral para manifestar al interesado de vez en cuando nuestro desacuerdo o disgusto. A solas, sin acritud, con respeto. Más como una petición amable que como una exigencia rencorosa: “Esta vez, déjamelo hacer a mi manera: si luego no te parece bien, lo cambias. Pero, al menos, permite que lo intente”.

Las sugerencias serán bien recibidas y atendidas, con la premura que requiera la importancia de las mismas, contactando a través del correo electrónico: carmona.apc@gmail.com

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