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Antonio Pérez Carmona

Pregón de David Morales, un linense muy querido.

PRIMERA PARTE

Sevillanas cantadas:

Cómo quiero yo Dios mío,

La Línea la Concepción La Línea la Concepción Cómo quiero yo Dios mío La Línea la Concepción Cómo quiero yo Dios mío La Línea la Concepción

La Línea la Concepción Su Inmaculada Divina Fue la que a mí me salvó Su Inmaculada Divina Fue la que a mí me salvó

Cuando me acuerdo de ti Brota de mi una oración Brota de mi una oración Borracho de darte gracias Línea de la Concepción

Como quiero yo Dios mío, La Línea de la Concepción.

Excelentísimo Señor Alcalde, miembros de la Corporación Municipal, dignísimas Autoridades, bellísimas reinas y damas, paisanos de los municipios del Campo de Gibraltar, vecinos gibraltareños, señoras, señores, amigos y amigas.

Cuando la anterior Alcaldesa, me trasladó su propuesta de pronunciar este pregón en la Velada y Fiestas 2015 de nuestra localidad, un cúmulo de sensaciones recorrió mi cuerpo: ¿Seré capaz?; dudas, incertidumbres, perplejidad, y solo dos palabras se me vinieron a la cabeza: el privilegio absoluto por el honor de ser designado como pregonero y la gratitud.

Gracias, mil gracias a todos los ciudadanos de mi pueblo, La Línea de la Concepción, por ofrecerme este regalo, el de darle voz a todos ellos.

Cualquiera de vosotros podría estar aquí esta noche para defender nuestra vieja identidad mestiza. La aristocracia de La Línea son sus trabajadores, aquellos que fueron capaces de sobrevivir, de seguir adelante, cuando huyeron aquellos otros que vivían a costa de explotarles.

Cualquiera de vosotros podría estar aquí, en este sitio, para hablar de la jáima miserable del paseíto Chacón, donde orillaban los desposeídos del mundo que querían huir a mejores tierras a través de los barcos de Gibraltar.

Cualquiera de vosotros podría repetir un puñado de palabras mágicas de: Don Juanito, Ángel María de Lera, José Cruz Herrera, Juan Mesa, Quino Román, Gabriel Baldrich, Ángel Garó, Consuelo Trujillo, Salustiano del Campo, Manolo Alés, Muñoz Molleda, Miguel Rodríguez, Pepe Cabrera, Francisco Tornay, Gómez Rubio, Carlos Corbacho, tantos otros nombres impresos entre sus calles, la de Gibraltar donde habitaba el deseo, o la del Teatro, donde soñaba Camarón y sigue soñando La Chispa.

Por vosotros y por vosotras prometo que, aquí y ahora, trataré de devolver con el profundo amor y respeto que le tengo a mis raíces y a mi ciudad, la que siempre me espera con los brazos abiertos cuando me bajo de los escenarios del mundo y regreso a sus calles para ser el niño que creció entre sus esquinas.

Pintar o dibujar con la palabra nuestra Línea, es altamente complicado, sobre todo para mí, que como sabéis, soy de profesión bailaor. Así que me gustaría explicarles el olor a churros del amanecer, con un movimiento de brazos.

O describir el trasiego de la frontera con un zapateado.

Pero ¿cómo reflejar la alegría tumultuosa de mi gente sin recurrir al noble arte de las bulerías?

La Línea, que empezó siendo un humilde punto en los mapas del Ejército, siempre tuvo compás. Y su corazón estuvo más cerca de las guitarras que de una banda de música militar.

Yo nací hace más de cuarenta años, pero mi sangre viene de mucho antes. Permítanme viajar en el tiempo y recordar a los flamencos de aquella Línea de la Concepción que yo no conocí. La de los cafés cantantes, la del teatro Imperial reconvertido primero en cine y luego en nada, la de las casetas flamencas, como Los Lunares o la Bulería, donde se escuchaban los cantes del Chaqueta, de la Trini, del Cojo Málaga, de Ricardo Vélez, de La Paca, o de Brillantina, aquel flamenco chiclanero que se vino a vivir y a morir en La Línea y que como padecía cólicos nefríticos, inventó una forma de bailar y de moverse que heredó muchos años más tarde Chiquito de la Calzá.

De allí vengo, de aquella Línea flamenca, la de Chato Méndez, del Orce, del Terry, de los Hermanos Momos, de Joselito Fernández, de Corruco, de la Gitana de Bronce, de Juan Montoya, y así un largo etcétera sobre el que quiero pasar de puntillas para no olvidar a algunos de los más importantes artistas que nacieron o pasaron por aquí. ¿Cuantas historias han cantado en sus gargantas los viejos flamencos? ¿Cuanta hambre tapada con arte y quejío?.

La Línea es flamenca pero no sólo es flamenca, como demostraron las bicicletas inglesas de los Rocking Boys, la copla de Magdalena Nile, más conocida como Imperio Argentina, o el carro eternamente robado del maestro Jaén, en la voz de Manolo Escobar.

La Línea de la Concepción no es milenaria, pero es un ciento volando. Un ciento de sueños, un ciento de rostros, un ciento de aventuras. Un ciento de años hechos de contrabando, es verdad, pero también del pan ganado con el sudor de la frente de sus obreros, la de sus trabajadores. Un ciento de años fabricados con bicicletas cruzando el amanecer rumbo al Peñón. Un ciento de años con olor a mercado y a tienda de ultramarinos, con sabor a café del Okay o a conversaciones detenidas en la intimidad del Círculo.

No tiene mil años, esta tierra que yo nombro como mía. Pero tiene tanto vivido como si fuera eterna, una flamenca con forma de ciudad, a la que le sobra alegría pero a la que ha menudo le ha faltado suerte. Si el ser humano y el planeta entero está hecho fundamentalmente de agua, mi sangre salpica los malecones de Poniente y el arrullo de las olas y los vientos de Levante.

Nuestra Velada y Fiestas, que no Feria porque aquí nunca nos sobró el ganado, nació con la fundación de la ciudad en 1870. Andando el tiempo, se convirtió en referencia para toda Andalucía y cuando la posguerra se hizo hambre, le pusieron el sobrenombre de “La Salvaora” porque aquí sacaban beneficios aquellos que habían recorrido España entera sobre los tiovivos de la escasez, la noria de las estrecheces, el látigo de la falta de dinero, de valor y de belleza.

Según cuentan, La Salvaora, fue la más grande, la que aliviaba a flamencos, toreros y feriantes. La que unía a Gibraltar y La Línea por encima de cualquier diferencias políticas o diplomática. La que hacía feliz a las tripulaciones o marineros de cualquier barco, de banderas diferentes que atracaban en los puertos vecinos.

“La Salvaora”, fue la que bendecía a los grandes toreros, Manolete, Joselito, Rafael el Gallo, Ordoñez, Bienvenida o Juan Belmonte, para que en su ruedo triunfaran y sus triunfos sirvieran para que se abrieran puertas en otras plazas de España.

Aquella “Salvaora”, la que durante años me han ido pintando los viejos del lugar, fue nuestra Velada. La más grande, la incomparable, la del arte y la solidaria porque dio de comer a muchas criaturas hambrientas. A mi me dio de comer ensoñaciones de niño feliz con algodón dulce, espejismos del tren de los escobazos, urgencias de montaña rusa, algarabía de casetas hasta bien entrada la madrugada de los adultos.

La Línea, donde las torres de arenas aguantan por semanas en el Teatro Trino Cruz. Con la fe que se llamaba María, como una loba dispuesta a cualquier cosa por sus hijos. Y surge aquello entre copla y flamenco que es capaz de rendirse a los imperios aunque vengan de Argentina.

Donde sin historias Romanas suena el Román, el Quino desgarrando su guitarra. Aquí hoy a mi lado en esta plaza enlazado con otro artista que se fue dejándome su amistad de bronce, surgió desde el fuego en bronce de mis amigos Quino y Falgueras.

Donde la maravilla se llama Juan y hace de sus calles su primera casa. Donde cuando hay hambre surge un mantel de guitarra sobre una Mesa de arte, donde suena su nombre Juan como una fragua sin herrero.

Cambió la feria de lugar, esa Salvaora, como fue conocida en los círculos de los feriantes, aquella feria que apañaba las inversiones perdidas de otros lugares, aquella del buen toreo, del buen comer, de buen, vino y del bien gastar. Y es que si en algo nos caracteriza a los linenses es nuestra hospitalidad como si quisiéramos decirle al visitante, olvida lo que dicen de mí y mírame a los ojos, desprecia los rumores y escucha mis palabras.

 

FANDANGO, se canta:

Viva La Línea y su cielo

La tierra de mis amores

Viva la línea y su cielo

Sus gentes son como flores

Y me tratan con esmero

Viva esta tierra señores

 

SEGUNDA PARTE

Sólo era un niño cuando mis padres me pusieron aprender a baliar por sevillanas, cuando me colocaban ese traje alto de pitillo, con distintas clases de camisa, traje que no hace mucho, llega a manos de mi hermano Enrique, y con él se fue al Museo Flamenco de la Peña Flamenca. Y mis botillas negras que por cierto aún conservo, una de ellas.

Me recuerdo muy bien peinado y junto a mi prima, Sonia Landrove, mi pareja de baile, acompañada de mi brazo empezábamos nuestras ferias. En los primeros domingos Rocieros allá por el 74 en la puerta de los Villar, se formaban coros alrededor de dos inocentes y graciosos niños de cuatro años, cuando jugábamos a ser algo así como el Teatro Chino que tantos años vino a la feria, el de Manolita Chen.

Donde no había mejor maestra de baile, aquella señora respetada, llegada desde Sevilla, Amelia Hidalgo, yo, lo que más recuerdo era sus castañuelas en mis codos para que los brazos levantara. Le costó, pero ella lo consiguió.

Esas largas noches de ferias, de peñas flamencas, de actuaciones dentro y fuera de nuestro propio rincón familiar, siempre sintiendo el cariño y el amor de mi familia en el camino, mis padres, mi tía Hortensia y mi tío el bigote, en ese Renault 12 o el Seat 124 a donde el mundo me quiera llevar.

Ignoraba entonces que los dioses de la aventura me habían reservado otros viajes futuros por tierras que ni sabía que existieran, viajes de ensueño aunque a veces, en cualquier lugar del mejor de los mundos, podamos encontrarnos con la peor pesadilla.

Entre los cacharritos y la música altisonante, la banda sonora que mejor recuerdo era el Run Run de mis padres, durante mi niñez y mi adolescencia, ese: “hijo, el día que no quieras bailar más, solo tienes que decirlo y nunca lo volverás hacer”. Yo me divertía, era un niño como, con un juguete nuevo, con una aventura nueva cada semana, cada día, aunque con esta familia que tengo tan cardeosa, ¿quién se atrevería a decirles: “no quiero bailar más mama, papa”?

Debo agradecerlo, sin el baile,¡¡¡ cuánto me hubiese perdido…., cuantos amigos, cuantos horizontes, cuántas vivencias¡¡¡¡

Recuerdo pocas cosas de ese niño que nunca quiso dejar de ser, de ese aventurero tímido, pero sí que recuerdo noches largas de fiestas, muchos achuchones, enormes abrazos, besos tiernos o fugaces, monedas o dinero de papel que caían a mis pies mientras bailaba, y algunas eternas madrugadas en sillas de maderas o mesas donde el cuerpo derrotado descansaba.

Dejadme que pasee mi imaginación por esas ferias de concursos de sevillanas, con Los Marismeños, los de la Trocha, Los Romeros de la Puebla, Amigos de Gines, donde por último participábamos mi prima y yo, yo y mi prima, como artistas invitados. Empezamos a medirnos con las parejas de mayores. Mi madre solo me miraba, como intimándome, para que lo hiciera lo mejor que sabía. Siempre recuerdo las palabras que me decía Ana Rodríguez y Miguel Maya, mis maestros del baile: hay que bailar igual de bien, para mil personas que si solo hay una…

Y así lo intentaba, mucho fue el sacrificio de mis padres, para que el tiempo me llevase a donde estoy, que no se si es demasiado cerca o demasiado lejos, pero es donde quiero estar. Mi madre, siempre terremoto de pasiones, mi padre, con un semblante de haber visto el paraíso en cada paso que su príncipe hacía en la feria, en la calle o en algún escenario.

A lo largo de mi vida, ignoro si he atesorado una pizca del extraño botín al que llamamos arte. Pero si lo hice, tengan por cierto, que en buena parte fue gracias al aplauso que, desde muy niño, La Línea me dio, al ole que tal vez escuché una noche aquí mismo, al beso emocionado de una mujer mayor, como el mejor premio que pudiera nunca ganar mi joven baile.

 

TANGOS, se canta:

En la Feria de La Línea

En la Feria de La Línea

yo compre una jaca torda

para que la monte mi niña

Llega la novia brilla las estrellas

rosa temprana pañuelitos blancos

las Flamenquitas baila

ya tangos a compas a compas de tangos

TERCERA PARTE

Y es que estoy enamorado de nuestra ciudad, de la niña que conocí, la que me vio andar por sus calles, y me enseñó amar el flamenco, enamorado de sus plazas, de esa luna y esa estrella que tatuaba la mano de José Monge grabada en su piel a fuego lento como el amor que también tatúa mi corazón, entre los crepúsculos lentos de la playa, el sol que cae a plomo sobre el mediodía o la lluvia que a veces nos mueve como un barco que navegara con timón firme por su pequeño océano de ternura.

He tenido oportunidades de vivir en otros lugares, en otras tierras sin levante ni poniente, pero alejarme de aquí sería como quedarme sin oxigeno, sin la magia de sus noches y la esperanza de sus amaneceres, con el bullicio de la plaza y esa parte de mi alma que todavía come caramelos en la Plaza Fariñas o huele a pescado fresco de La Atunara.

Hay quien, para consolarse, suele decir que son de donde nacen o de donde estudiaron el Bachillerato. Yo tengo la suerte de decir que soy de donde soy, con orgullo pero sin soberbia, con la memoria clara y con la mano abierta. Como todos vosotros. Como todas vosotras.

Aquí soy feliz y aquí deseo seguir, aquí formé mi familia. Tal día como hoy, en un sábado de cabalgatas me casé y aquí sigo subido a los cacharritos cotidianos de la calle del cielo, compartiendo con los míos, la riqueza y la pobreza, la saludad y la enfermedad. No sólo me casé con una hermosa mujer de ojos morenos, sino con una ciudad que tiene miles de ojos mirando hacia el porvenir.

Aquí llevé al escenario mis “Contrabandistas” románticos, la epopeya del estraperlo que nada tiene que ver con aquellos que trafican con las emociones o comercian con la libertad. Luego, me trasladé a la Samba Brasileña con Abraçados, a pesar de que sabía que el mayor carnaval suele ser el de la política y con El Indiano hicimos un viaje de ida y vuelta a la América morena, a esa otra Andalucía que vive y crea más allá del mar.

He sido feliz en Buenos Aires y un extraño en Moscú. He conocido el calor de Uruguay y la pasión contenida de Tokyo. Tantos lugares en donde ser uno mismo, pero tanto lugares en los que, también, he recordado las miradas hacia el Estrecho, la estampa del Peñón, aquellos a los que más quiero, a los familiares que se fueron, los amigos que se quedan, los que tuvieron que irse, los que murieron en acto de servicio cuando ganaban el pan con el sudor de su frente o cuando buscaban paraísos artificiales.

Amo los viajes, pero amo el regreso. Viajes en los que rebrota la alegría cuando me he encontrado a linenses orgullosos de su tierra, como lo estoy yo, amigos que me han dicho en Alemania, en Milán, o al otro extremo del mundo, ILLO ¡¡¡ eso os aseguro que no tiene precio. Regreso, al lugar donde ser yo mismo, a donde nací y a donde me siento vivo y coleando, querido y queriente.

Paisanos, nuestra ciudad desea en cada amanecer levantar el vuelo. Los linenses también nos hemos levantado ante duras dificultades, y lo hemos hecho con alegría y con orgullo. Hasta en momentos más difíciles que este, hemos apretado los labios pero también hemos dibujado una sonrisa.

Hoy deseo que nuestra Feria siga siendo una referencia de lo que es un pueblo, noble, orgulloso, defensor del arte y la libertad. La Línea se exhibe más guapa que nunca cuando llega su feria de julio, se viste de lunares y baila por sevillanas y bulerías.

Defendamos nuestra mejor seña de identidad, que es la hospitalidad, esa bandera de nuestros brazos abiertos en un lugar donde nunca nadie fue un extraño. También Federico García Lorca conoció los cuatro vientos y los siete mares, pero siempre supo ser andaluz y universal al mismo tiempo.

En estos momentos represento por el mundo, a Federico García Lorca, quiero ser Lorca, ahora y aquí ¡¡¡

Y cuando interpreto al baile como buscaba el amor para huir de la muerte, creo que debemos buscar la utopía para huir de la desesperanza.

Federico, quizá no lo sepan estuvo en el Campo de Gibraltar, hizo noche en el Reina Cristina de Algeciras y seguro que tuvo que pasar por aquí, porque así lo refleja uno de los versos de este poema…“Canto Nocturno de los Marineros Andaluces”,

De Cádiz a Gibraltar ¡qué buen caminito! El mar conoce mi paso por los suspiros….

Conocemos el mar y la tierra por los suspiros de quienes lo habitan. Quiero bailar como lo haría, quiero emborracharme de su gente, para hacerte poesía, por eso quiero hacerlo de la mejor forma que sé hacer, quiero bailarte con mi cuerpo hecho palabra y con mis sueños convertidos en música.

Y, como el poeta granadino, sueño con que el tiempo abrace el corazón de los linenses para que la fortuna empuje nuestro barco hacia la prosperidad que merecemos.

Porque, como diría el poeta si nos acompañara esta noche, esa rosa postinera que se asoma a la Bahía derrocha duende y alegría.

Yo soy el hijo de aquellas luces de colores, de aquella portada donde luego jugamos al amor, del olor a verano que nuestra ropa llevaba como una enorme bandera de vida y de promesas por cumplir. Yo, aquí y ahora, quiero cumplir con una de ellas, señorita de La Concepción, Línea de la seducción, llamarte guapa con la autoridad que un hijo tiene para llamar así a una madre; besarte con mi voz de pretendiente, que quisiera hablarte como un novio antiguo, emocionado ante la reja de su amante.

Viva La Línea – Buenas Noches ¡¡¡

BULERÍAS, pasodoble de La Línea:

Española y Gaditana,

Luna y Sol de morería.

Jazmines en tu ventana

sin reja ni celosía.

Entre sierra carbonera

y el peñón de Gibraltar.

Una rosa postinera

besa los labios del mar.

Ay, La Línea,

Línea de la Concepción,

trono de la fantasía,

fragua donde Andalucía,

forja plata de ilusión.

Rincón de la patria mía,

trozo de suelo español,

asomada a la bahía

donde siempre brilla el Sol.

Con el Sol como divisa

y la Luna por cimera.

tu cielo, una sonrisa;

tu nombre, una bandera.

Un piropo te diría

porque eres novia y flor:

rosa blanca por el día

y, por la noche, de amor.

Ay, La Línea,

Línea de la Concepción,

trono de la fantasía,

fragua donde Andalucía,

forja plata de ilusión.

Rincón de la patria mía,

trozo de suelo español,

asomada a la bahía

donde siempre brilla el Sol.

 

 

Una Respuesta a “Pregón de David Morales Ramírez”

 Antonio Pérez Carmona dice: 18 julio 2015 a las 11:06

Sin entrar en comparaciones con pregones de otros años, éste de David me ha conmovido, me vi obligado a emigrar fuera de Anadalucía y he vuelto a mi Línea después de más de cincuenta años; sus palabras me han llenado de añoranzas, sus recuerdos los he hecho míos (a pesar de la diferencia de edad), personas como él son los que te hacen sentir orgulloso de ser linense. Esto es lo que siempre digo a los que no nos quieren ( todavía me pregunto por qué), fijaros en la población linense, llena de sensibilidad y arte (músicos, poetas, pintores, escultores, cantaores, bailaores, toreros………….), trabajadores como los que más, demostrados en puestos importantes en compañías de todo el mundo.

David es uno de ellos, te he visto bailar en varias ocasiones pero no tengo el honor de conocerte, pero tu pregón (tus confidencias) me ha ganado, otro motivo más para presumir de linense.

¡¡¡Viva La Línea y su gente¡¡¡¡.

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