Autor: Antonio Pérez Carmona
Las empresas con un excelente grupo de personas lograrán diferenciarse de su competencia proporcionando un valor añadido, base de su ventaja competitiva.
En un entorno empresarial dominado por una frenética rapidez en el devenir de los acontecimientos, en donde se convive con una exigencia máxima, una evolución constante y una absoluta obsesión por el resultado instantáneo, el directivo debe saber convivir con todo ello, maximizando el resultado hoy y cimentando un éxito más rotundo mañana.
Una característica común de todo directivo es la gestión de personas, variable que se torna trascendental en la consecución de sus logros (o fracasos) profesionales. Ante esta circunstancia, cobra una importancia capital la selección del equipo humano. Hoy en día todo es susceptible de copia o imitación a excepción de las personas. Aquellas compañías que posean un excelente grupo, conseguirán diferenciarse de su competencia, proporcionando un creciente valor añadido (interno y externo) en el que se basará su ventaja competitiva en el medio y largo plazo.
Suponiendo una previa y correcta identificación de los requerimientos teóricos, formativos y personales necesarios para cada puesto de trabajo, existe una variable intangible y difícil de determinar a priori, que influye de forma determinante en el resultado final: el desempeño.
¿Cómo lograr (a favorecer) el máximo desempeño potencial de un colaborador? Adentrándonos en un terreno eminentemente subjetivo, son múltiples y variados los condicionantes que pueden incidir positiva o negativamente en el desempeño de un empleado. Se podría resumir en dos de modo general:
a.- Potenciar la aportación de valor añadido individual y colectiva.
b.- Aumentar la motivación e implicación del individuo, tanto hacia sus funciones y responsabilidades como hacia la compañía en la que trabaja.
Objetivo común
Un buen gestor de personas debe conseguir que éstas posean una alta orientación al cliente externo e interno, asimilando que todas sus actuaciones repercuten en el resultado final global del equipo y de la compañía. Es por ello que, sin dejar a un lado los objetivos personales, el gerente tiene que trasladar un objetivo de equipo (cuantitativo y cualitativo) común en el que se identifiquen sus integrantes y lo asuman como propio y personal.
Un jefe que fomente la pluralidad de opiniones y apoye el diálogo conseguirá soluciones más ricas y completas, favoreciendo la creatividad, la iniciativa y la inquietud por mejorar entre su equipo. Además, dichas soluciones disfrutarán de un mayor calado y aceptación con toda probabilidad un resultado más rápido y a la vez sólido a largo plazo. También la correcta delegación de funciones proporcionará mayor valor añadido dentro de la organización. No debe ser entendida como una imposición voluntaria de tareas controladas estrechamente con mano de hierro, si no como un reparto de esfuerzos y responsabilidades entre los miembros del equipo con el objetivo de llegar todos juntos a la meta y disfrutar colectivamente de ello.
Una comunicación bidireccional fluida y clara, y el conocimiento de las diferentes realidades dentro de un grupo, acrecentará el nivel de motivación del equipo. La motivación es un estado fácilmente detectable y asimilable a sentimientos diversos como el de pasión, propiedad, pertenencia, orgullo. Identidad a la persona con la compañía, con el resultado personal y colectivo. Proporciona profesionales más valientes, entendiendo valentía como ambición, confianza en sus posibilidades, anticipación y aprendizaje.
En definitiva, un buen directivo tiene que ser el epicentro del movimiento de la compañía, apoyando su gestión en el valor añadido de sus colaboradores con el único objetivo de maximizar el resultado global basado en el desempeño individual de sus integrantes.
Las sugerencias serán bien recibidas y atendidas, con la premura que requiera la importancia de las mismas, contactando a través del correo electrónico: carmona.apc@gmail.com
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