Autor: Antonio Pérez Carmona
Estamos en la mitad de la segunda década del siglo XXI y los tiempos que corren siguen siendo convulsos y difíciles para toda organización, por un lado, debido a los coletazos de la crisis que tanto nos afectó y por otro, sobre todo al deterioro en economías que hasta hace poco gozaban de buena salud y que hoy, hacen verdaderos ejercicios de supervivencia.
Si a esto le añadimos el proceso de cambio acelerado y de competitividad que vive el mundo, donde la liberalización de las economías y la libre competencia vienen a caracterizar el entorno de inexorable convivencia para el sector empresarial.
En este contexto las empresas tienen que continuar asumiendo el protagonismo que les corresponde para contribuir al crecimiento y desarrollo del país, logrando mayor eficiencia y brindando productos y servicios de calidad. Hoy más que nunca parece existir un amplísimo consenso respecto de la urgente necesidad de que las empresas funcionen bien competitivamente.
Los mayores niveles de exigencia de los clientes y consumidores, cada vez más expertos y conocedores de sus derechos, exigen mayor calidad en los productos, oportunidad en las entregas, precios razonables y excelencia en la atención. La cruda realidad iniciada en los años ochenta y los efectos de la globalización de los años 90, están despertando bruscamente a todas las organizaciones y las obliga a buscar afanosamente nuevas estrategias para adaptarse con éxito a la creciente competencia.
Es precisamente en este entorno, en el que la Calidad Total se proyecta vigorosa y revolucionariamente como un nuevo sistema de gestión empresarial y factor de primer orden para la competitividad de las empresas. El concepto de calidad, tradicionalmente relacionado con la calidad del producto, se identifica ahora como aplicable a toda la actividad empresarial y a todo tipo de organización.
Las empresas exitosas en el mundo son aquellas que vienen aplicando de una u otra forma la estrategia de la Calidad Total; y muchas otras con base a esta estrategia están cambiando su forma de pensar y por tanto de actuar; se están rediseñando toda la organización tanto en el aspecto tecnológico como de competencia a través de la formación y aprendizaje continuo, con un enfoque claro hacia los clientes y hacerla eficiente para cumplir con sus expectativas y mantenerse al tanto de cómo evolucionan y exigen los mercados.
Muchas de nuestras empresas, si bien reconocen la importancia de la calidad, no se encuentran suficientemente preparadas, para aceptar los nuevos retos que trae consigo poner en práctica sus principios y técnicas.
Tal vez uno de los principales inconvenientes sea el de carecer de una metodología práctica que les sirva de soporte.
El concepto de calidad es en ocasiones ambiguo, por las diferentes utilizaciones del término. Se dice alegremente, que los productos con un nivel superior de atributos poseen mayor calidad que otros niveles inferiores, si bien, hablando con conocimiento, podemos afirmar que los atributos del bien son diferentes y que la calidad no radica en los atributos propios del bien, sino con la obtención regular y permanente de los atributos del bien ofrecido a los clientes.
Con este artículo pretendo, que el lector encuentre en la calidad, una norma de conducta, ya no sólo en el producto y servicios que proporciona al cliente, sino también mostrar esa calidad en la convivencia con el resto de ciudadanos y servir de ejemplo en su entorno más cercano.
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