Autor: Antonio Pérez Carmona
No luchar por ser veraces en nuestra labor puede llevarnos a la hipocresía y a los comportamientos mercenarios en la empresa.
Una de las bromas con cargas muy serias de intención que más me han hecho mella ha sido cuando allá por 1998 leí El principio de Dilbert. Lo que podría ser considerado como una serie de tiras más o menos afortunadas acerca de nuestra vida cotidiana en las organizaciones, se convirtió para mí en un referente de observación de comportamientos y de reflexión acerca de la realidad. Especialmente cáustico es uno de los corolarios del libro, llamado las grandes mentiras de la dirección. No queda prácticamente títere con cabeza.
Puede que la cosa no fuera a más si no es por el hecho de que bastante a menudo me encuentro con una o varias de esas “mentiras de la dirección”. Y eso por no hablar de las que, con toda probabilidad, alguien fuera de mi burbuja de protección estará observando en mi. Pero déjenme mirar la paja en el ojo ajeno y practicar el supuesto deporte nacional de la crítica.
Se extiende por el mundo de nuestras organizaciones una preocupante confusión entre la verdad y la verosimilitud. No es un juego fácil de palabras. Puede que en ello nos vaya nuestra propia integridad como personas y, por tanto, la integridad de nuestras empresas. El Diccionario de la Real Academia define la verdad como “la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente”, mientras que lo verosímil es “lo que tiene apariencia de verdadero y es creíble por no ofrecer carácter alguno de falsedad”; es decir, que bien maquilladas para que no muestren sus arrugas, elegantes mentiras pueden ser comunicadas bajo la apariencia de verdades como puños. Todos podríamos citar muchos ejemplos de esos mensajes tan serios, de los que un número preocupante de directivos y colaboradores perciben que son sólo una tapadera bien vestida de intentos manipuladores, sin correspondencia con la intención real de sus emisores.
Tendremos que vivir en esa contradicción en la que caído los más grandes hombres de la Historia. Termino con uno de ellos. Adlai Stevenson, considerado, junto a Winston Churchil, uno de los mejores oradores en lengua inglesa. Fruto de él son estas dos últimas frases. La primera nos hará reír: “Una mentira es una abominación al Señor y una ayuda muy presente en tiempo de problemas”. Espero que la segunda, pronunciada al aceptar su primera nominación a la presidencia de Estados Unidos, fuera fruto de una reflexión posterior a la frase anterior: “Hablemos con sinceridad al pueblo americano. Digámosle la verdad: que no hay victoria sin dolor y que estamos en la víspera de grandes decisiones, ninguna de ellas fáciles”.
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