Autor: Antonio Pérez Carmona
¿Qué factores de su funcionamiento podemos señalar, entre otros?
1. Probablemente, su “atmósfera” se caracterice por la indiferencia y aburrimiento de sus miembros (unos se susurran cosas al oído o mantienen conversaciones aparte, como quien nada tiene que ver como lo que se trata, etcétera) o por su tensión (corrientes veladas de hostilidad y animosidad). Está claro que el grupo no siente interés por la tarea que tiene entre manos o positivamente está despegado de ella.
2. Hay unos cuantos que se empeñan en imponerse a la discusión. Con mucha frecuencia se apartan considerablemente del tema. Nadie hace prácticamente nada porque el grupo siga estrictamente la trayectoria trazada.
3. De las cosas que se dicen cuesta trabajo deducir qué se proponen o cuáles son sus objetivos. Quizá hayan sido expuestos al principio por el presidente, pero no hay señales de que el grupo comprenda o haya aceptado una finalidad común. Al contrario, suele advertirse que cada uno tiene sus objetivos particulares y personales, que trata de lograr con su incorporación al grupo y que tales fines están muchas veces en contradicción con los de los demás y con los objetivos generales.
4. No se escuchan en realidad unos u otros. Las ideas que alguien trata de exponer se pasan por alto o se descartan. La discusión se desarrolla con escasa coherencia y no da la sensación de avanzar por los cauces marcados. Se tiene la impresión de que se habla mucho para lucirse, de que se pronuncian discurso cuyo objeto es evidentemente impresionar a los demás, sin que tengan nada que ver con la tarea a realizar.
Conversando con los miembros del grupo después de la reunión se advierte que han dejado de expresar sus ideas o convicciones acaso por temor de ser blanco de críticas o de que se les tenga por tontos. Algunos creen que el presidente o los demás miembros están constantemente juzgando y valorando las contribuciones que aportan, por lo cual ponen gran cuidado en lo que dicen.
5. En general, el grupo no hace nada eficiente cuando surgen desavenencias. Puede ocurrir que, si el presidente tiene miedo a los conflictos, las suprima completamente. Pero también pueden degenerar en guerra declarada cuyas consecuencias se traducen en el dominio de una facción. Acaso se “resuelvan” por votación, en la que sale triunfante una mayoría muy escasa, quedando completamente insatisfecha una gran minoría.
6. Se toman las decisiones muchas veces prematuramente, sin haber estudiado ni resuelto los verdaderos problemas. Habrá parte de quienes no están de acuerdo con la decisión, pero no lo manifiestan públicamente. Con una mayoría simple se procede casi siempre a decidir y la minoría tiene que conformarse. Sin embargo, la mayor parte del tiempo la minoría mantiene una actitud hostil y no se aviene a la decisión.
7. Las decisiones de emprender una acción casi siempre son confusas: nadie sabe en realidad quién es el que va a hacer esto o aquello. Aun en los casos en que se asignan responsabilidades o tareas a realizar suelen quedar muchas dudas respecto a si van a llevarse a la práctica.
8. La autoridad sigue siempre claramente en manos del presidente del comité. Será hombre fuerte o débil, pero todas las veces “se sienta a la cabecera de la mesa”.
9. Habrá críticas acaso, pero son molestas y originan tensiones. Con frecuencia parecen estar inspiradas en una ojeriza personal, lo cual disgusta a los miembros del grupo, pero no pueden hacer nada por evitarlo. La crítica de las ideas tiende a ser destructiva. Hay ocasiones en que cualquier idea que se proponga es atacada ferozmente por alguien. En esos casos nadie quiere dar la cara.
10. Las ideas y sentimientos personales quedan ocultos, no se desahogan ni expresan. En general, el grupo estima que de esos puntos no debe discutirse porque darían lugar a una situación explosiva si se pusiesen sobre el tapete.
11. El grupo tiende a soslayar toda discusión relativa a su “permanencia”. Suele haber muchos comentarios después de la reunión sobre lo que estuvo equivocado y por qué; pero de ello pocas veces se habla y discute duramente la reunión, que era donde podrían resolverse estas cuestiones.
¿A qué se debe que tantos grupos se parezcan más al segundo ejemplo que al primero? A muchos motivos. En primer lugar, la mayor parte no tenemos gran fe en que el grupo vaya a salir algo notable. Nuestra experiencia con grupos verdaderos ha sido tan limitada que no poseemos criterio claro para decidir qué podríamos esperar de un grupo. En segundo lugar, sabemos poco, en general, de lo que es importante para el buen funcionamiento de un grupo. No estamos al tanto de las conclusiones a que está llegando la investigación respecto a los requisitos fundamentales para las actividades efectivas de un grupo, por lo cual no siempre surte efecto lo que intentamos hacer para mejorar su eficiencia.
Una de las razones principales del funcionamiento deficiente de un grupo es el miedo general a los conflictos y a los odios, que nos induce a comportarnos de forma que obstruye y no ayuda. Las hostilidades, los planes personales y otros factores humanos enemigos del funcionamiento de grupo suelen estar presentes, sobre todo cuando éste es de nueva constitución. Ignorarlos o reprimirlos por la fuerza es dejar a expensas suyas la eficiencia del conglomerado. Sin embargo, es tal nuestro temor a las rencillas y pleitos personales, que por eso mismo le mermamos eficacia.
Otro importante factor de las actividades defectuosas de un grupo es la idea equivocada de que su eficiencia depende exclusivamente de quien está a su cabeza. Pero, precisamente, las pruebas aportadas por la investigación indican sin lugar a dudas que el comportamiento hábil y sensato de los miembros de un grupo es la verdadera clave de su eficiencia. En un grupo realmente competente y de talento los miembros pueden llevar a cabo actividades de singular eficacia, aunque no haya jefe ni presidente alguno.
Finalmente, además de nuestro temor a los conflictos y a los odios falta el reconocimiento de la necesidad de prestar atención a la conservación o permanencia del grupo. Como toda organización complicada, el grupo requiere atención a su funcionamiento. Para que opere con la máxima eficacia hay que estar esforzándose constantemente por su conservación. La mayor parte de los grupos se ocupan de los problemas de permanencia sólo cuando ya se han disuelto o fuera de las reuniones, lo cual sólo produce acción dentro del grupo muy rara vez.
Detrás de todos estos factores suele haber una actitud sicológica profunda de adhesión a la teoría X: la administración por dirección y control corre peligro con un buen funcionamiento de grupo. El principio de “divide y vencerás” es de singular importancia cuando se quiere ejercer poder personal sobre los subordinados. No hay mejor manera de controlarlos.
Pero si el superior comprende que la interdependencia íntima es característica de la industria moderna y siente menos interés por su poder personal que por crear condiciones en que los recursos humanos que tiene a su disposición puedan ser utilizados para realizar los fines de la empresa, se esforzará por formar un grupo fuerte. Reconocerá que, para que haya verdadera voluntad de servir a los objetivos de la organización y de colaborar con la mayor eficiencia posible a su consecución, se requieren tipos únicos de interacción que sólo pueden producirse en un ambiente de grupo. Procurará evitar el estudio y la toma de decisiones respecto a muchos asuntos relativos a la organización si no se hace en grupo. Dará expresión plena a la idea de “equipo” con la misma fuerza y manifestaciones que las que se observan en uno de fútbol.
Las sugerencias serán bien recibidas y atendidas, con la premura que requiera la importancia de las mismas, contactando a través del correo electrónico: carmona.apc@gmail.com
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