Autor: Antonio Pérez Carmona
Hoy vamos a practicar un sencillo ejercicio de capacidad relacional. Poned todos el nombre de un jefe a los siguientes calificativos: irrespetuoso, prepotente, sordo, incompetente, inhumano, autoritario, injusto, falso, robamedallas y cobarde. ¿Algún problema?, ¿no? Bien. Ahora vamos a practicar un ejercicio de memoria. Tenéis que intentar recordar una situación en la que el jefe se haya hecho merecedor de este calificativo.
Cualquier ejemplo es válido. Por ejemplo, cuando un superior te recriminó en público y con malas formas un error insignificante, cuando fue incapaz de dar la cara por ti, cuando hizo pasar por propio un éxito tuyo, o cuando al día siguiente de fallecer tu padre lo único que dijo fue que te centraras porque había que entregar el informe al día siguiente. ¿Increíble? ¿Verdad que no?.
Todos estos perfiles y respuestas suenan tan cercanos porque son casos reales extraídos de las respuestas de 750 profesionales reales que han participado en el estudio “ Los 18 comportamientos más irritantes de los jefes,” elaborado por la consultora Otto Walter. Este informe detalla los comportamientos más irritantes, fastidiosos y cansinos de los mandos españoles, que terminan por desmotivar a los empleados.
Morir de éxito
El ganador de este deshonroso ránking es el jefe irrespetuoso, un espécimen que afirma haber sufrido el 49,33% de los encuestados. Se caracteriza por su habilidad para “humillar en publico, hablar a gritos e, incluso, en el caso de las mujeres, cometer ciertos abusos sexuales”, señala. El segundo clasificado (37,47%) es el clásico prepotente, “aquel a quién se le sube el éxito a la cabeza, termina cayendo en la vanidad y se convierte en el típico “listillo”.
La sordera crónica es la tercera gran amenaza de los empleados, que en el 30,32% de los casos asegura haber sufrido las consecuencias de tener un jefe que no escucha a nadie, más que a sí mismo. Estas tres cualidades suelen ser la antesala de la incompetencia directiva (28,98%) o, dicho de otro modo, “de la falta de preparación, la ausencia de liderazgo. Vamos no saber estar a la altura del cargo”.
Hay dos situaciones en las que muchos directivos demuestran que no les llega el nudo a la corbata. Primero, cuando son incapaces de apoyar a su equipo (28,17%) y, por miedo o falta de personalidad, les dan la espalda en vez de defenderles ante un superior, no se preocupan de su promoción o son incapaces de pelear por un aumento de sueldo de la plantilla cuando saben que se lo merecen. El segundo escenario es la falta de trato humano, la insensibilidad ante los problemas de la gente. Un lastre que padecen el 25,61% de los trabajadores y, muy especialmente, las mujeres que, todavía, sufren la incomprensión de sus superiores ante algo tan natural como un embarazo.
¿Quién ha puesto aquí a este jefe?
Otro de los perfiles clásicos es el del directivo que no se implica, actúa con apatía, desgana y carece de criterio (24,66%). “Aquél que nadie entiende cómo ha llegado hasta donde está y se preguntan quién lo mantiene en alto, ¡pero si todos en la empresa estamos viendo que no hace nada!”. En el mismo nivel se sitúa el jefe que no sabe controlar y, para imponer autoridad, siempre critica los fallos y nunca aplaude los aciertos. De hecho, el estilo autoritario, el despotismo, es uno de los perfiles más criticados.
La otra cara de la moneda es la del jefe que no cumple sus compromisos (21,56%) y, para eludir responsabilidades, promete cosas que luego es incapaz de llevar a cabo. Un problema que, en muchas ocasiones, se podría evitar si los mandos tuvieran una mayor capacidad de comunicación (21,29%) y fueran capaces de dialogar con su equipo. En cambio, es demasiado sintomático el caso del jefe que se encierra en su despacho, no se relaciona con los demás y, para colmo, parece que hable en otro idioma: cuando manda y termina dando la imagen de no saber lo que quiere.
Este tipo de jefe termina por saturar la paciencia de sus empleados cuando cae en la injusticia y los favoritismos (19,54%), cuando actúa con falsedad (18,46), y cuando se pone como propias medallas que corresponden a su equipo (17,79%). “Sigue siendo demasiado habitual que los jefes se apoderen de los éxitos de sus empleados porque consideran que lo importante para demostrar su valía es que él se cuelgue medallas, en lugar de conseguir que su gente las gane”.
Para los jóvenes y las mujeres, uno de los comportamientos más irritantes de los jefes es la falta de confianza (17,12%); mientras que los veteranos critican más la falta de valor de sus superiores para dar la cara por la plantilla (14,69%) y la poca claridad de objetivos (13,34%) que demuestran en demasiadas ocasiones, por último, destaca el jefe que no respeta los horarios (10,11%). El gran peligro es que resulta enormemente desmotivador, porque lo que esconde es un problema personal por el que no quiere irse a casa y, para auto-justificarse, obliga a todo su equipo a tener que quedarse más rato”.
El huérfano de la educación
“Lo mínimo que debemos pedirle a una persona es que respete a los demás. Para conseguirlo, no hace falta gozar de grandes capacidades intelectuales. Simplemente, es una cuestión de limar el carácter”. La falta de respeto es uno de los errores más extendidos entre las cúpulas directivas, pero confía en la facilidad para corregirlo. “Sólo se requiere una cosa para cambiar este comportamiento: Tomar conciencia fehaciente de que estamos haciendo las cosas incorrectamente”. Pero, muchas veces, cuesta pensar que un jefe acostumbrado a hablar a gritos y humillar es capaz de corregirse. “En el fondo, este comportamiento demuestra un complejo por parte del directivo”.
EL prepotente por naturaleza
“La prepotencia directiva es una consecuencia de la cultura actual. Estamos inculcándolo desde el sistema docente. Basta con entrar en una clase de MBAs. ¡Les están inculcando la prepotencia desde el principio! Todos los mensajes que les llegan son mensajes de superioridad, de hacerles sentirse un grupo diferente, de conseguir que se sientan los mejores. Entonces, ¿cómo pretendemos que luego, cuando salen al mundo laboral, sean capaces de trabajar en equipo?”. De hecho, los endiosados abundan entre los directivos jóvenes que, borrachos de éxito y sin apenas experiencia, acceden rápidamente a un cargo de responsabilidad. Lo peor es que muchos nunca se dan cuenta de su error.
El síndrome del tapón de cera
Está más sordo que una tapia. Así definen demasiados empleados a sus directivos. Pero no porque necesiten un sonotone, sino porque, por mucho que les chillen, nunca van a escucharles. Para este tipo de jefes sólo existe una voz: la suya propia que, para colmo, les hipnotiza más que los cantos de las sirenas. “Este comportamiento es consecuencia del miedo, de la falta de comunicación que sufre la sociedad actual en todos sus estratos y de la falta de respeto”. La receta para superar este obstáculo es muy sencilla:”escucha primero a los demás y luego a ti mismo”.
El que nadie sabe cómo ha llegado aquí.
Uno de los protagonistas indiscutibles de los cafés de media mañana de los empleados son los jefes que se pasan todo el día mareando, hablando por teléfono, dando órdenes que se contradicen entre sí y desorganizando el trabajo de todo el equipo. Es lo que suele definirse como incompetencia directiva. “Este problema, muchas veces, no es culpa del incompetente, sino de quién le ha ascendido hasta ese cargo. Porque nadie es inútil para todas las tareas, pero puede no ser válido para un determinado cargo”. La obligación de la empresa cuando detecta que se ha equivocado al elegir un determinado directivo es enmendar el error y ubicarle en un puesto donde realmente pueda demostrar su valía, en vez de desnudar sus flaquezas en una categoría que no le corresponde.
El miedoso que no da la cara por su equipo
La autoridad es mucho más que dar órdenes. También implica velar por el progreso de los empleados, preocuparse por sus problemas personales y dar la cara por ellos cuando necesiten un respaldo. Pero, en demasiadas ocasiones, los jefes actúan como los avestruces y esconden la cabeza en vez de sacar pecho. “La insensibilidad de los directivos hacia su equipo es una de las grandes amenazas para la moral de la plantilla”. Esta actitud conlleva que los trabajadores terminen sintiéndose como máquinas de hacer dinero, y no como parte de un equipo, por lo que no tendrán ningún problema por cambiar de empleo a las más mínima oportunidad.
Igual, con un poco de suerte, dan con un jefe que les muestra un poco de apoyo.
Lo repetiré una y mil veces los empleados en la mayoría de los casos, abandonan las compañías por sus jefes. El trabajo en la Inteligencia Emocional puede llegar a repararlo.
Las sugerencias serán bien recibidas y atendidas, con la premura que requiera la importancia de las mismas, contactando a través del correo electrónico: carmona.apc@gmail.com
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