Si nos remontamos al origen de las civilizaciones, la historia nos muestra que los profesionales de la calidad debutan en su actividad desde la puesta en práctica de un poder centralizado, dirigido por jefes tribales, reyes o faraones. Los primeros inspectores ostentan el mismo tipo de poder que los de hoy. Para trabajar, elaboran las primeras especificaciones, lo que les permite aceptar o rechazar los productos que se les presentan. La calidad y la fiabilidad se tienen en cuenta desde los inicios de la historia del hombre. En el 2150 antes de J. C., la calidad en la construcción de las casas se describe en el Código de Hammurabí: el capítulo CCXXIX precisa que “si un albañil ha construido una casa y, no siendo ésta suficientemente sólida, se hunde y mata a sus ocupantes, el albañil deberá ser ejecutado”.
Los fenicios tenían un método de acción correctora más expeditivo que el actual. Cuando las violaciones a los estándares de calidad se convertían en repetitivas, sus inspectores eliminaban toda posibilidad de reproducción del defecto, simplemente cortando la mano a los individuos que habían elaborado el producto no conforme. Se trataba de un método de corrección efectivo y permanente.
El sistema de la calidad, desde sus orígenes, se relaciona con el nivel más alto del poder y dispone de medios para hacer aplicar las especificaciones. Se pone el acento sobre la igualdad de reglas para el comercio y sobre el tratamiento de las reclamaciones. Muchos trabajos de inspección eran más peligrosos que los de hoy día (por ejemplo, el papel correspondiente a los encargados de probar la comida de los reyes y de los faraones).
Al parecer, el tratado más antiguo que se presentaba como guía de la calidad fue descubierto en Egipto, en la tumba de Rekh-Mi-Re, en Tebas, y se remonta al año 1450 antes de J. C. Muestra cómo un inspector egipcio puede comprobar la perpendicularidad de un bloque de piedra con ayuda de una cuerda, bajo la mirada de un cantero. Es interesante anotar que, en América Central, los aztecas procedían de modo similar.
Recorramos rápidamente algunos siglos para detenernos en el corporativismo, establecido en la Edad Media y que tiñe aún hoy nuestra economía. Disponemos en él de un sistema que ha sabido desarrollar de modo adecuado el dominio de la calidad: la corporación dicta reglas, así como un sistema de formación y de control, que garantizan al cliente la conformidad de los productos que se le proporcionan.
Este sistema ha permitido un importante desarrollo de la economía. Ha constituido, sin embargo, un freno para el progreso, lo que le ha condenado en definitiva. En efecto, las reglas de las corporaciones impedían la mejora, y si el obrero debía llevar a cabo una obra maestra, tenía la obligación de atenerse a las normas preestablecidas.
La función calidad se ha modificado por completo, en Francia, desde el inicio de la industria, hace cuatrocientos años, al crearse las fábricas textiles en Lyon, la siderúrgica en Saint-Etienne y la fabricación de papel en Annonay. El obrero y el contratante no están ya en contacto directo con el cliente, y la medida de la adecuación al uso no se integra ya en el proceso de fabricación. Ante la fabricación en serie, el obrero deja de sentirse propietario y orgulloso del objeto producido.
El hecho de añadir valor solamente se produce a través de la adecuada transformación de los productos y servicios adquiridos a proveedores, en productos y servicios que den respuesta a necesidades y expectativas de clientes. Asegurar una transformación que a corto plazo, medio y largo plazo de respuesta al cliente, implica disponer de tres capacidades básicas:
-La capacidad de innovar los productos y servicios.
-La capacidad de optimizar el consumo de recursos
-La capacidad de proveer de un alto nivel de servicio.
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