Autor: Antonio Pérez Carmona
La idea de la participación es una de las menos comprendidas en el campo de las relaciones humanas. Unos la elogian, otros la esgrimen y glosan con éxito considerable. Las diferencias entre los puntos de vista de sus defensores y los de sus adversarios son casi tan radicales con los propugnados por los gobernantes del otro lado de la Cortina de Hierro y los del mundo libre, cuando ambos emplean la palabra “democracia”.
Algunos exponentes de la participación quieren dar la impresión de que es una fórmula mágica, con la cual acabarán los conflictos y divergencias y casi se solucionarán todos los problemas administrativos. Estos entusiastas parecen dar por supuesto que la gente se desvive tanto por tener participación en la marcha del negocio en que trabaja como los niños suspiran por Jauja. Se empeñan en demostrar que es una fórmula aplicable por cualquier gerente, sea cual fuere su preparación y capacidad, porque no se necesita la menor experiencia para utilizarla y puede producir frutos maravillosos de bendición y transformar las relaciones industriales de la noche a la mañana.
En cambio, algunos adversarios de la participación la consideran como un forma de abdicación por parte de la gerencia: es una perniciosa idea que irá socavando sus prerrogativas y terminará por arrebatarle todo control, un concepto que sólo puede acompañar a una gerencia “blanda”, algo que hace derrochar tiempo, merma eficiencia y quita efectividad a la gerencia.
Hay otros gerentes que consideran la participación como un artículo útil para su colección de trucos ejecutivos. Constituye para ellos un subterfugio, manejado a su antojo, con que se obliga a la gente a hacer lo que ellos quieren de forma que hace pensar dolorosamente a los “participantes” que tienen voz y voto en la adopción de decisiones. Su propósito es manejarlos con tal habilidad que vengan a contestar lo que el gerente ya tenía pensado, pero creyendo que es idea de ellos. De esta manera se logra que “se consideren importantes”, impresión de tales gerentes se dan prisa en acrecentar como instrumento importante de motivación en manos de la gerencia. (No está mal advertir la diferencia que hay entre hacer que las personas se sientan importantes y hacerlas importantes de verdad).
Naturalmente, hay quienes se oponen terminantemente a este aspecto manipulador de la participación porque propenden a creer que así ocurre en todos los tipos de participación.
Hay un cuarto grupo de gerentes que emplean con éxito la participación, pero no estiman que sea una panacea o fórmula mágica. Ni comparten el frenético entusiasmo de los visionarios ni sienten los temores de los críticos. Se niegan terminantemente a servirse de la participación como de un instrumento de ventas.
Todos estos grupos están, por lo general, tácitamente de acuerdo -equivocadamente, a mi entender- en que la participación se aplica a los grupo, no a los individuos. Ninguno parece advertir que tiene relación en absoluto con la delegación de autoridad. ¡Como su nombre es diferente…! Muchos partidarios decididos de la delegación no quieren para nada la participación.
Si se tiene en cuenta todo esto no es extraño que un número considerable de gerentes sensatos vean con cierto escepticismo el problema.
El uso de la participación es consecuencia de un punto de vista de la gerencia que supone confianza en las posibilidades de los subordinados, conciencia de que depende “hacia abajo” y deseo de evitar algunos peligros de insistir demasiado en la autoridad personal. Está de conformidad con la teoría Y, o sea, con la administración por integración y autocontrol. Consiste fundamentalmente en brindar al personal, en las debidas condiciones, oportunidad para intervenir en las decisiones que le afecten. Esta intervención puede ser más o menos eficaz, según los casos.
Las sugerencias serán bien recibidas y atendidas, con la premura que requiera la importancia de las mismas, contactando a través del correo electrónico: carmona.apc@gmail.com
Deja un comentario