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Antonio Pérez Carmona

V SEMANA CULTURAL DE FEGADI

Queridos paisanos, vecinos y casi familia, me vais a permitir esa licencia, porque siempre os llevé en el corazón, a pesar de estar casi 60 años fuera de mi tierra.

Aprovechando la invitación de Fegadi, quiero hacer hincapié en el comportamiento humano, de ahí el nombre de la ponencia: “La Inteligencia Emocional”.

EL DESCONTROL DE LOS IMPULSOS

En una escuela, un niño de nueve años, aquejado de un acceso de violencia, porque unos compañeros de otro curso superior le habían llamado “mocoso”, vertió pintura sobre los pupitres, ordenadores e impresoras y rompió las ventanas de un automóvil que se hallaba estacionado en el aparcamiento.

Un joven alemán es juzgado por provocar un incendio que terminó con la vida de cinco mujeres y niñas de origen turco, mientras éstas dormían. El joven, integrante de un grupo neonazi, trato de disculpar su conducta aludiendo a su inestabilidad laboral, a sus problemas con el alcohol y a su creencia de que los culpables de su mala fortuna eran los extranjeros. Y, con un hilo de voz apenas audible, concluyó su declaración diciendo “Me arrepentiré toda la vida. Estoy profundamente avergonzado de lo que hicimos”

Este tipo de hechos, nos demuestran la creciente pérdida de control sobre las emociones que tiene lugar en nuestras vidas y en las vidas de quienes nos rodean, fiel reflejo de nuestro grado de torpeza emocional, producto muchas veces de la soledad de unos niños, cuyos padres los dejan en manos del móvil, de la play station, de la televisión como únicas niñeras.

A pesar de estas malas noticias, las investigaciones científicas  sobre las emociones se prodigan, hoy se comprenden  – desconocida hasta hace poco – las actividades emocionales y de sus deficiencias pone a nuestro alcance nuevas soluciones para remediar la crisis emocional colectiva.

Estos estudios demuestran que el coeficiente intelectual (CI), no necesariamente es un frío dato genético y que nuestra vida no puede ser modificada por nuestras experiencias y que el destino de nuestras vidas ya está escrito por esta aptitud.

¿Por qué entonces, personas con bajos niveles de ese coeficiente triunfan en la vida? La respuesta radica en las habilidades sociales y que llamamos desde hace unos años Inteligencia Emocional.

Habilidades entre las que destacan el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo. Y todas estas capacidades se pueden aprender y de esta manera el potencial intelectual que les haya correspondido en la lotería genética se verá ayudado para un mejor rendimiento.

Los que carecen de estas habilidades se hallan a merced de sus impulsos, ese fundamento de la voluntad y del carácter. Por el mismo motivo, la raíz del altruismo radica en la empatía, esa habilidad que nos hace comprender las emociones de los demás y es por ello por lo que la falta de sensibilidad hacia las necesidades o la desesperación ajenas es una muestra patente de falta de consideración. Y si existen dos actitudes morales que nuestro tiempo necesita con urgencia son el autocontrol y el altruismo.

NO SE COMO LLAMAR

Un soplo de aire, una brizna de esperanza, un pellizco de amor, eso es lo que sentido esta mañana, os cuento, he decidido tomar un café sobre las nueve, en un conocido café de una céntrica calle. La calle es estrecha y el paso de peatones continuo y observo que en la acera de enfrente, ha llegado un joven, deja la mochila en el suelo y con cierto titubeo y algo de timidez, extiende la mano y balbucea “me pueden ayudar, necesito comer, no tengo trabajo”, la gente pasa y actúan de dos maneras, una no presta atención, la otra lo miran con desprecio y mascullan, seguramente será para alcohol o droga. (No he dicho que el joven, perfectamente aseado, tiene algún piercing en la cara y los brazos tatuados).

Los minutos pasan y la cara del “pedigüeño” es de suma impotencia y frustración, se acerca un señor mayor, y le propone desayunar con él, se sientan a mi lado y escucho la siguiente conversación. “¿Cómo has llegado a esta situación”? “Se te ve educado y limpio” “¿Cuántos años tienes”? “¿De dónde eres”?, todas estas preguntas hechas desde el cariño y la solidaridad, el joven responde que tiene 23 años, que es catalán, que por problemas familiares y coincidiendo que perdió su trabajo de panadero después de algunos años por la crisis, decidió probar fortuna en Andalucía, recorrió algunas ciudades con distinta fortuna, siempre trabajando en periodos cortos, actualmente vive en Algeciras, donde alguien que no conocía le ha proporcionado albergue en una casa que tenía vacía y hasta que algún día pueda pagarle un alquiler.

Se levanta todas las mañanas a las siete y se dirige al puerto, donde muchas veces encuentra faena, descargando contenedores, la mayoría de las veces a través de empresas ett, pero no siempre hay suerte y ayer por primera vez decidió trasladarse a La Línea y probar en Gibraltar. La suerte sigue esquiva y hoy con más vergüenza que otra cosa se ha atrevido a pedir ayuda.

El señor mayor le ha pagado el desayuno, le ha dado diez euros y le ha dado una serie de consejos, “no bajes los brazos, mantente en buena forma física, acepta cualquier trabajo aunque no se parezca a lo que conoces y te gusta, contacta con los tuyos y piensa que has decidido visitar una de las tierras con más solidaridad que hay en España, gente como yo encontrarás mucha, siempre que pagues con respeto”.

Se han despedido y no he tenido más remedio que saludar a nuestro paisano y darle las gracias y enhorabuena por su comportamiento.

Después me he quedado pensando “cuantos de nuestros jóvenes, que se han visto obligados a emigrar, no se encontrarán en situaciones parecidas” “Tenemos que ser mejores” Esa ayuda que damos hoy, seguro que algún día repercutirá en nosotros de alguna manera.

Desde hace muchos años, al intelecto se le daba tal valor, que a un niño como a un adulto inteligente, se le perdonaban  si tenían algún desliz como persona.

Conocí a un buen amigo del Instituto, con unas extraordinarias facultades intelectuales, sin embargo los suspensos estaban a la orden del día, cualquier motivo era válido para no asistir a clase. El Coeficiente Intelectual no basta para explicar los destinos tan diferentes de personas que cuentan con perspectivas, educación y oportunidades similares.

En el empleo, un título, un idioma eran un pasaporte  para hacerse con el puesto, incluso algunos eran aupados a puestos de responsabilidad por el mero hecho de sus conocimientos.

Más tarde se comprobaba que esto no era suficiente y los descalabros eran estrepitosos, despidos, quiebras, ruinas, desencantos……………….se producían por la falta de inteligencia emocional.

De aquello se aprendió y como consecuencia,  a esos conocimientos se les pidió que tenían que estar acompañados de ese equilibrio emocional que proporciona la inteligencia del mismo nombre.

Para ello quiero hablaros de una profesión que existió en nuestro pueblo, en las décadas 40 y 50, los paveros y para rendirle homenaje, he creado un personaje, que es pura ficción, Isidro.

Quiero ahondar con esta historia, en la importancia de nuestro comportamiento diario, tanto personal como laboral, por un lado serás un gran ciudadano, querido por los que te conocen y por otro, los empleadores dan una gran relevancia a estas buenas personas, que si además le añades que están formadas, no tienen duda en auparlas a la Dirección y Liderazgo. El  buen clima laboral está garantizado y el éxito de la organización, la motivación de sus empleados y la satisfacción de sus clientes está conseguido.

Siempre he sido un curioso de la gente, siempre procuré aprender de ellos lo que los libros no te dicen, en los que algunos llaman la Universidad de la Calle:  la solidaridad, la bondad, la afabilidad, la empatía, la lealtad, la autoconfianza, la honradez, la asertividad, la amistad, la formación continua, la igualdad y con todos estos ingredientes pude hacer realidad al personaje; todas estas virtudes tenía y consiguió que un simple pavero, con una piara pequeña de pavos, con una infancia llena de momentos amargos, sin poder ir al colegio con los demás niños, con un padre enfermo, con el sustento de una madre haciendo faenas a sus vecinas, supo a través de la inteligencia emocional (por cierto algo tan arraigado a nuestra forma de ser) llegar a conseguir con años de esfuerzo, de estudio y de rodearse de los mejores, una granja con gran cantidad de animales de distintas especies, una gran huerta con todo tipo de plantas y frutas, con empleados modélicos, siempre reconocidos, motivados y agradecidos por el trato y por la remuneración de que eran objeto.

Hay quién piensa que es una autobiografía, pero os aseguro que no es así, tuve una niñez feliz.

UN NUEVO CRITERIO

Las normas que gobiernan el mundo laboral están cambiando. En la actualidad no sólo se nos juzga por lo más o menos inteligente que podamos ser ni por nuestra formación o experiencia, sino también por el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás.

Estas nuevas normas pueden ayudarnos a predecir quién va a fracasar y quién por el contrario, llegará a convertirse en un trabajador “estrella”. Y poco importa en ese sentido, cuál sea el campo laboral en el que nos movamos porque estas normas determinan también nuestro potencial para acceder a otros posibles trabajos futuros.

En el caso de que usted forme parte del equipo directivo, tendrá que determinar si su empresa promueve o desalienta este tipo de competencias porque, en el primero de los casos, la organización será más eficaz y productiva. De ese modo conseguirá sacar el máximo partido a la inteligencia grupal o, por decirlo de otro modo, a la interacción sinérgica de los talentos más adecuados de cada uno de los participantes.

En el caso de que usted forme parte de una pequeña empresa o incluso de que sea un trabajador autónomo, también deberá tener en cuenta que el rendimiento depende en buena medida de este tipo de capacidades, aunque nadie le haya hablado de ellas en la escuela. Pero en cualquiera de los casos, su carrera dependerá, en mayor o en menor grado, de su dominio en ese campo.

Y aunque durante décadas nos hayamos referido a este tipo de habilidades con una gran diversidad de términos, como “carácter”, “personalidad”, “competencias” o “habilidades blandas”, en la actualidad disponemos de una comprensión más detallada de estos talentos y de un nuevo nombre para ellas: “Inteligencia Emocional”

Lo cierto es que con 17 años, (mi padre había muerto cuando contaba con doce),  tuve que abandonar mi zona de confort, abandoné a los míos y con 1.000 pesetas que no sé de dónde pudo sacarlas mi madre, me fui a Madrid en busca de trabajo.

No tenía prácticamente formación, un bachillerato, un poco de inglés, pero si con la lección aprendida de aquellos que triunfaron en la vida por su gran comportamiento.

Y os prometo que esa forma de ser, y adornado con muchas de las virtudes de las que hablaba hice frente al reto.

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